VILLANUEVA de la VERA
La villa de Villanueva de la Vera se alza en el noreste de la provincia de Cáceres, en la comarca de La Vera, encajonada al pie de la Sierra de Gredos.
Su origen se remonta a la repoblación tras la Reconquista, en los siglos XII y XIII, momento en el que se agruparon cuatro aldeas —Mesa, Curuela, Salobral y San Antón— bajo el amparo del señorío de Plasencia, hasta que, en 1643, logró la independencia feudal al adquirirla por 3 500 ducados Su núcleo antiguo, declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1982, mantiene intacta su arquitectura verata tradicional, caracterizada por entramados de madera, balcones de madera volados y regueras en las calles que encauzan el agua de la sierra
La Plaza de España, pentagonal y porticada, conforma el corazón urbano. Rodeada por soportales sustentados por columnas de piedra y madera, la plaza cobija la fuente de los Seis Caños y el edificio del Ayuntamiento, diseñado por el escultor Aniceto Marinas, cuyo escudo aparece en una de las fachadas. En su perímetro se alinean casas palaciegas destacadas, como la Casa del Barco, y portales tradicionales en los que todavía se aprecia la piedra usada antiguamente para afilar herramientas .
El edificio religioso más significativo es la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Concepción, construida entre los siglos XVI y XVII y declarada Monumento de Interés Cultural. La construcción en mampostería granítica, reforzada por sillares y contrafuertes, cobra su mayor expresividad en la portada septentrional de arco carpanel con iconografía vegetal y escudos nobiliarios. En su interior, de tres naves irregulares, destaca la bóveda estrellada de la cabecera, rematada con el escudo del obispo Gutierre de Varga Carvajal, y altares revestidos con azulejería talaverana del XVI.
Rodeando la villa hallamos tres ermitas importantes: San Antón, edificada tras reconstruirse en el siglo XVI después de un incendio, de trazado mudéjar en madera; la del Cristo, erigida sobre las ruinas de la primitiva iglesia de los Santos Justo y Pastor; y la de San Justo como vestigio de las primeras construcciones eclesiásticas locales.
El entorno natural completa con fuerza el conjunto patrimonial. Las gargantas de Gualtaminos y Minchones forman pozas y saltos de agua, entre los que destacan la Chorrera del Diablo y el Chorro de la Ventera, aguas cristalinas que han convertido a Villanueva en un enclave emblemático del turismo de naturaleza en Extremadura.
La identidad popular se expresa con intensidad en tradiciones como “El Peropalo”, carnaval ancestral en que un muñeco de paja es juzgado, ajusticiado y quemado para purificar el pueblo; y en Guitarvera, festival de música tradicional desde 2002. Recoge asimismo un destacado patrimonio agroalimentario: pimentón de la Vera, aceite de oliva, quesos, cabrito y dulces artesanos, reflejo de su arraigo rural.
La combinación de trazado medieval, arquitectura popular excepcional y una naturaleza exuberante convierte a Villanueva de la Vera en un enclave singular dentro del panorama patrimonial ibérico. Su armoniosa simbiosis de historia, paisaje y cultura popular hacen de este núcleo rural uno de los más destacados y auténticos del oeste peninsular y recorremos con el reportaje fotográfico del Canal de YouTube.
La Cascada del Diablo se ubica en la Garganta de Gualtamino, apenas medio kilómetro al este de Villanueva de la Vera, en la comarca cacereña de La Vera. Este paraje forma parte de la cuenca del río Tiétar, en la vertiente sur de la Sierra de Gredos, y debe su nombre popular a las marmitas de gigante y los saltos de agua que parecen desgarrar la roca con fuerza sobrenatural.
El relieve granítico de la garganta ha sido modelado a lo largo de milenios por el discurrir constante del agua, que ha excavado pozas y escalones naturales en la piedra. La cascada principal arroja el caudal desde una altura de más de veinte metros, cayendo en sucesión sobre varias plataformas rocosas y formando una serie de pilones donde el agua gira y brama antes de continuar su curso.
El origen del flujo viene marcado por el deshielo de Gredos y las lluvias otoñales e invernales, de modo que la Cascada del Diablo muestra todo su esplendor en primavera, cuando el caudal se dispara. En pleno verano el salto principal sigue fluyendo con continuidad, lo que permite disfrutar de su presencia incluso en los meses más secos, aunque con un caudal más suave.
La vegetación de ribera –sauces y alisos– se mezcla con enebros y madroños de la dehesa extremeña, creando un marco verde que realza la presencia abrupta de la cascada. La combinación de geología, agua y flora convierte este espacio en un enclave de gran valor ecológico, donde la dinámica natural apenas ha sido alterada por la acción humana.
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